Stelita que linda que está :)

 



Una salada gota se deslizó por la mejilla de Stela, una vez más sus ojos escurrían cascadas de llanto que emanaban de su afligido corazón, ese caudal intenso de dolor cesaba cuando su pecho se desinflaba para dar paso a un suspiro agonizante y luego continuaba el raudo y veloz mar de llanto.

Stela en sus buenos tiempos era buena moza, levantaba más que un par de ojos al verla pasar, ella había besado los labios más intensos y hubo incluso un hombre extranjero, que una vez la amó con locura.

Siempre coqueta parecía deslizarse por un mar de nubes cuando bailaba, cuenta que era tanto su disfrute al son del chachachá, que las paredes del lugar en que zapateaba, se meneaban al verla flotar.

Sus largas pestañas, cubiertas por una espesa capa de rímel, hacían que sus ojos se vieran siempre como asustados, sus labios cuidadosamente delineados, parecían gritar: “bésame, bésame mucho”, sus pechos firmes y sus largas piernas flacas, eran el lienzo perfecto para un nada sutil escote que siempre la acompañaba.

Ella no tuvo una vida fácil, por el contrario, aún en su época de alegría, solía despertarse por las noches llorando, gritando de dolor por sus monstruos del pasado… pero todo, todito, todo, había terminado, Stela era feliz, aun cuando no tenía el trabajo de sus sueños, ella soñaba, aun con dolor a cuestas, ella reía.

¡Ding dong! ¡ding dong! ¡ding dong! Sonó una noche el timbre, Stela lo esperaba, él estaba frente a su puerta.  Era un poeta a quien conoció tiempo atrás y que después de tanta insistencia, Stela decidió tratar. 

Esa noche los dos rieron como niños, Stela que también amaba la poesía, dio una dura batalla con sus versos al enclenque rimador.  Aquel trovador tardo un año en hacer que Stela lo amará, pero cuando el corazón de nuestra amiga, al fin empezó a latir por él…

¡PUMMMMM…! ¡PUMMMMM…! ¡PUMMMMM…! 

Las pestañas de Stela dejaron de estar cubiertas por la espesa capa de rímel, para dar paso a sus labios secos sin ningún atisbo de color, los escotes fueron reemplazados por pijamas y para completar el trágico panorama, ella de bailar dejó, ya no había Chachachá, no escuchaba a los muros temblar.

En lugar de la alegría Stela había recordado lo que era llorar; era irreconocible, sus piernas lánguidas y sus ojos tristes, ni siquiera daban paso al vago recuerdo de quien Stela fue.

Ese poeta infeliz, a golpe de cada verso, le robo sin mayor esfuerzo, su confianza, su autoestima, su seguridad y su risa.  De pronto Stela estaba sumergida en una montaña rusa de bajadas constantes, siempre con problemas, siempre sola, siempre gritando y el poeta sólo de lejos observando.

Una noche de fin de año, Stela preparaba con ansias cada detalle para que la buena suerte los acompañe, mientras todos dibujaban sus alegrías, el infame poeta la dibujo… ¡OH POR DIOS! -Gritó Stela desesperaba-, cuando se vio dibujada por el ser que decía la amaba.

Él infeliz trovador la había hechizado, lejos de atesorarla, cada día desde que ella lo amo, él se dedicó a acabarla.  Pero esa noche Stela vio con terror aquel dibujo como un reflejo de lo que él la convirtió.

Ojos pequeños y tristes detrás de unos feos anteojos, gran cabeza y con lengua de bufanda, sólo hablaban del desamor, que aquel hombre ya le profesó.

¡En esto me haz convertido! ¡Largo de aquí poeta perdido! No eres lo que fingiste y aunque ahora estaré sola y triste, jamás me convertiré en lo que a través de tus ojos y tu puño me dibujé.

Él infeliz gusano, caracterizado por cobarde, no tardó en salir corriendo y decir que todo era culpa de Stela por no estar sonriendo. 

Era extraño, aunque Stela sufría, había un nivel de apatía ante tan cruel criatura, que en paz y con dulzura ella mismo se susurró, ¡estaremos bien! ¡no soy la del retrato! Y antes que me dañe cualquier pelagato, prefiero llorar un rato, para volver a gritar:  “!que viva la alegría! ¡Vamos a bailar Chachachá! ¡Tú contumaz pendejez, no me acompañará hasta la vejez!”.

Sory

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