MUSTIA

 

MUSTIA

 


Hoy la vi de frente, se reflejaba en mi viejo espejo colocado en forma magistral junto a la cabecera de mi cama.  Ella lucía un poco cansada, ¡bueno! ¡que digo poco! ¡muy cansada!  Era tanto su cansancio que se podían claramente divisar unos profundos surcos entre sus cejas, como si estuviera enojada, aunque realmente no lo estaba.

Ella de reojo se miraba, mientras retiraba en forma acelerada una hermosa blusa negra que había elegido con cuidado para ese día, luego de la blusa la falda y para terminar unos zuecos.

Yo sentí que ella necesitaba estallar, que iba a romper en llanto en cualquier momento y hasta tuve miedo que desee interrumpir su propio aliento, ¡pero no!, siguió como si nada, no cayó por sus mejillas ni una sola lágrima, ¡si!, ni una sola lágrima, no hubo suspiros, tampoco quejas, ¡es más!, si no la conociera tanto, diría que no había una sola huella de dolor que anidara dentro de su pecho.

Continuó descalza y fue a buscar una vieja pijama del armario, se cubrió con ella; y entonces al ver aquel lánguido fantasma de camisón de flores, entendí… entendí que esa mujer se secó, como se secan las flores cuando las cortan, se secó como los manantiales que cansados de calmar la sed se esfuman como si nunca hubieran cruzado por ahí.

Se secó como el agua olvidada en la estufa que arde y que se convierte en vapor para desaparecer, se secó y yo no me di cuenta, no la pude entender, no la pude salvar, no la pude regar, no la hice florecer.

Entonces la extrañé, la extrañé sintiendo dolor, llorando por el mal hombre que destrozo su corazón, la extrañé triste por su infortunio, la extrañé enojada y gritando a voz en cuello por su mala suerte, la extrañé maldiciendo y escupiendo al viento todo el repertorio de vituperios que aprendió en sus días de colegio, la extrañé muriendo entre las cobijas de su confortable lecho, !pero ya no!, todo había cambiado, todo había muerto...

Ella se secó… ni una sola lágrima había derramado por el canalla que después de abandonarla con un “no te amo”, volvió solo para terminar de destrozar cualquier ilusión que ella se había forjado.  No la vi extrañarlo, no la vi nombrarlo, la escuché firme y creí que no era cierto cuando dijo: ¡he decidido soltarlo!, pero ahora lo sé, ella se secó y era cierto su desamor, su olvido forzado.

No puedo negar que fue difícil verla mustia, jamás unos ojos sin brillo me miraron de frente para decirme tanto y tan poco en un mismo verso.

¡No maldición, no! 

¡Ella no se secó! 

!A ella la secaron!, con ausencias, con engaños, la secaron a fuerza de usarla, de abandonarla, secaron su risa, su llanto, su aliento y hasta sus gritos secaron cuando no los oyeron.

!Si!, gritó por años y nadie la escuchó, su madre se convirtió en su verdugo y el hombre que habría de protegerla en su tirano, sus amigos la fueron olvidando y ella dejo sus insultos, secó su llanto y así, así mismito frente a mis ojos, todos la secaron.

Ella dice que volverá a florecer y para serle sincero amigo mío, ¡yo, yo le creo!

¡Con su permiso me retiro! Que, si va para el espejo, se ha de dar cuenta que le falta su reflejo, sólo un ultimo consejo:

El que no grita es porque se está secando, ¡grita, grita amigo mío! ¡grita!, porque los que no gritan se están muriendo.

Sory

¡adiós!

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