Me amo
Alfonsito era un hombre pequeño, su sonrisa se acompasaba con sus ojos, reía con el alma, sus manos eran rudas, fuertes, sus venas se marcaban y sus ásperas palmas hablaban sobre lo mucho que trabajaba; a menudo cantaba mientras conducía, lo hacía mal, jamás tuvo un ápice de ritmo, ni para cantar, peor para bailar.
Verlo caminar era algo inusual, sus pies siempre marcando las diez y diez y sus piernas como dos paréntesis hacían que cada paso sea un pequeño y casi imperceptible brinco con el que Alfonsito parecía saltar por la vida.
Su rostro era bonito (o al menos parecía), los labios muy marcados y su peinado de Elvis terminaban de encuadrar todo ese maravilloso espectáculo que era él y aunque caminara en forma graciosa, tantos eran sus atributos, que logró conquistar el amor de la desengañada Josefina.
Ella por su parte, no era tan agraciada, pero amaba bailar, muchos dicen que las gotas de alegría que ella exudó a lo largo de su vida, lo hizo al compás de una canción.
Sus almas eran gemelas, podías verlos sonreír a espaldas del mundo y charlar frente a todos, una mirada bastaba para que supieran exactamente lo que estaban sintiendo, lo que pensaban y a veces habían llegado a enojarse telepáticamente, ¡así de grande era su amor!
Cierto día del mes de marzo, un domingo 18 para ser exactos, mientras Josefina dormía plácida entre los brazos de Al, sintió un frío líquido que se esparcía en el lecho, era verde y muy espeso, los envolvió a los dos, intentaron levantarse y cuando lo lograron al fin, todo había cambiado, una nube negra se posó sobre los enamorados.
Con el tiempo Alfonsito dejó de sonreír y Josefina de
bailar, tanta fue la tragedia que cuenta la historia, que la primera vez que la
tierra se inundó, fue con las lágrimas de la triste Josefina.
Pero aquella espesa nube no se había marchado, era
gris, pesada y los seguía para todos lados.
Josefina estaba aterrada:
¡Alfonsito mi amor! –Gritaba-
¡ayúdame, no me gusta ésta nube!
Pero Alfonsito no escuchaba o fingía bien no hacerlo,
entonces Josefina lo miró de frente, y al verlo, él no estaba molesto, es más, cargaba
la nube diría que, con alegre gesto, ¡si! con mucha alegría, esa nube se
llamaba Sofía y era su nuevo amor.
Josefina miraba atónica, su mandíbula hasta se
desencajó, su blanca piel más pálida que de costumbre, tomó un tono azulado y
con el corazón desencajado así se preguntó:
¿Dónde quedó el buen Alfonso, el de caminar alegre y
ojos reales? ¿Dónde se ahogaron las sonrisas, las charlas telepáticas? ¿Dónde
está mi alma gemela, mi buen Alfonso, mi bien amado?
Pero la nube siguió envolviendo a Josefina, ¡ya déjame!
–gritaba- mientras movía los brazos.
Alfonso entonces empezó a reír y reír a carcajadas y
entre risa y risa, así habló:
¡Oh Tonta Josefina! ¡tu amor fue tan grande, que nos
cubrió a los dos! ¡yo nunca te quise, sólo fuiste un error! ¡tengo miles de
Sofías a las que beso a tus espaladas, les llamo por tu nombre y río a
carcajadas!
¡Nunca te quise mujer!, pero bien que me has servido
cuando te he necesitado, ahora que me tienes cansado, solo me río de ti, ¡mira
que lo he gozado mientras me fingía enamorado!
Así que, si me quieres compartir, viviré siempre a tu
lado y si me quieres reservado, será cuando esté muerto y en ese caso preciosa
no me importará ni el destino de mis huesos.
Josefina lo miró con los ojos salientes y le dijo con
voz temblorosa y a la vez firme:
¡todo ha terminado, desde ya eres libre!
¡el Alfonso que amo en éste momento murió!
¡y no te equivoques mi bien, nada he perdido en la
vida!, me enseñaste a querer y por mucho que tu corazón lo intente, no sabrás
jamás lo que se siente, más vale estar herido de muerte, que ser desleal, infiel e inerte.
Josefina le dio la espalda y se marchó para siempre,
Alfonso siguió con su vida y su caminar sonriente, él tuvo muchas Sofías y
vivió en paz su vida, no nació para amar a nadie, sólo para fingir que lo hacía.
Josefina llegó más lejos, se sacudió el polvo y con
caminar determinado, le exprimió a la vida cada gota de amor en todos lados.
Ya no es más la triste Josefina, entendió que el amor
propio, es por mucho el más fiel que encontraría y aunque encontró una pareja,
nunca más volvió a ser pendeja.
-¡A ella nunca más la usaron y a él nunca más lo
amaron!-
Simplemente fantástico, Josefina te pasaste
ResponderEliminarInteresante y triste historia...
ResponderEliminarInfame historia, interesante suena sádico, perdón! Quizá eres Alfonso el sádico?
EliminarNo me parece triste, al contrario :)
EliminarMe encanta esa Josefina....!
ResponderEliminarSiiii, la amo!
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