Fea te amo bonito!


Entonces Juan Armando Pedro Patricio Montoya López de la Huerta, miró fijamente a Lola, nunca antes había apreciado su lánguida silueta bajo la luz del candelero.

Lola era la antítesis de lo bonito, más bien era extraña, esas mujeres que bien pueden exhibirse como muestra de lo exótico, una mezcla de piel áspera, mirada cruda, labios finos de oreja a oreja, frente pequeña y llena de pelos, un poco de bigote y nariz de guacamayo; pero bajo esa enmarañada capa de piel amorfa, tenía cautivo el corazón de Juan Armando Pedro Patricio Montoya López de la Huerta.

Él ya cansado de tener en su lecho a las más divinas doncellas, se había enamorado de aquel crucigrama de formas, que era Lola.

Ella un poco pestilente (como para cerrar con broche de oro su fealdad), solía enfrentarse a la vida con una rudeza que él jamás había encontrado en ser humano alguno, ella tenía lo que él no tendría nunca, las agallas de caminar por la vida riéndose del qué dirán.

Lola besaba como ninguna besaría sus labios, con las babas tibias y tomando las riendas de la situación.  Lola había apretujado su carne hasta dejarlo sin respiración, él juraba que ella no lo había amado en el lecho, más bien lo devoró, dejándolo estupefacto, lívido, impávido, hasta juró que vio la misma muerte.

Lola era fea, pero era todo lo que él quería poseer y la única alma a la que su corazón podía amar y pertenecer.

Relatos de circo

Sory


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